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"Neuromante", más que el inicio del cyberpunk

Archivado en: Cuaderno de lecturas, Distopías, Neuromante, de William Gibson

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            En la página 179 de la edición de Neuromante (1984) de William Gibson, dada a la estampa por Minotauro en julio de 2002 -la que yo atesoro-, hay un pasaje que a mi juicio sintetiza uno de los grandes asuntos de la ciencia ficción contemporánea, si no el principal. Es aquel en que Molly refiere a Case cómo fue mejorada cibernéticamente en una clínica de Chiba City (un puerto imaginario de Japón) para que ejerciera la prostitución "especial", sin enterarse de nada, en un burdel donde "la casa tiene el software para cualquier cosa que el cliente quiera pagar". Lo malo fue que en cierta ocasión se enteró de lo que un cliente la estaba haciendo. "El problema era que el circuito recortado y los que me pusieron en la clínica de Chiba no eran compatibles".

            En efecto, en líneas generales, los problemas generados por la convivencia entre organismos celulares y circuitos electrónicos, entendiendo el concepto en toda su extensión -desde la atracción que Rick Deckard siente por Rachael en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Philip K. Dick, 1968) a este Neuromante en que Case tiene implantado en la cabeza una suerte de memoria USB- son a la ciencia ficción actual lo que el viaje a La Luna en los albores del género, los platillos volantes en los años 50 o la pastoral poscatástrofe atómica en la década siguiente. A mi entender, las cuchillas que le han injertado a Molly bajo las uñas, tan prácticas en su nuevo empleo de asesina a sueldo como lo hubieran sido con esos clientes que se empeñaban en hacerle cualquier cosa que pudieran pagar, no son más que pequeñeces, prodigios de superhéroes que quizás imaginara Gibson en las viñetas de Lobezno.

            La verdadera grandeza de Neuromante es haber sentado las bases del principal asunto de la ciencia ficción actual: la convivencia entre la inteligencia biológica y la inteligencia artificial. En este sentido, Gibson puede compararse a Luciano de Samοsata, si este autor sirio en lengua griega del siglo II de nuestra era en verdad fue, como se le considera, el primero que escribió sobre el viaje a La Luna. Como Gibson, el de Samosata es el pórtico al que fuese otro de los grandes asuntos de la ciencia ficción, hasta que el 21 de agosto del 69 Neil Armstrong diera su "pequeño paso para un hombre pero su gran salto para la Humanidad" sobre la superficie lunar.

            De ahí que a Neuromante, más que atribuirle el mérito de haber inaugurado el cyberpunk -que también lo tiene aunque no en exclusiva puesto que hay novelas anteriores como ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que apuntan en la misma dirección- quepa atribuirle el de ser el pórtico de una constante argumental. Por eso, la novela de William Gibson resuena en Matrix, la trilogía de los Hermanos Wachowski, y Nivel 13 (Josef Rusnak, 1999), filme más notable que aquéllos, también sobre la realidad virtual. Y lo que es aún más admirable, Neuromante resuena en nuestra realidad.

            A poco que se observe, se admite que la ciencia ficción, pese a su fantasía, es uno de los géneros más apegados a la actualidad del tiempo en que se concibe y el ciberespacio de Gibson, bien podría ser nuestro Internet. Eso sí, si nosotros, y no nuestros ordenadores, nos conectásemos a la Red. Pero sería el Internet de estos últimos años, no el de 1984, cuando Gibson concibió la novela. Recuérdese que entonces, la informática, tímidamente, se empezaba a comercializar para el común de los usuarios, quienes se limitaban a la utilización de las primeras bases de datos, hojas de cálculo y procesadores de texto. Cela decía que no tocaba el ordenador por si daba calambre y se quedaba tan ancho. Todavía era frecuente que las plumas más doctas despotricaran sobre el prodigio que sintetizaba el futuro mejor que ningún otro, de cuantos entonces despuntaban. Eso era lo que había, cuando Gibson anticipó el ciberespacio. Ese carácter de Neuromante, también merece toda mi admiración.

            Pese a que yo la acabo de leer, en los treinta y un años transcurridos desde su publicación, se ha convertido en todo un clásico de la ciencia ficción. Queda por tanto poco que decir acerca de su argumento. Lo apunto para que no se me olvide, principal motivo de estas notas sobre mis lecturas que, hace ya veintitantos años, empecé a tomar:

            Case es un vaquero (hacker) que se buscaba la vida robando software por encargo. Hasta que quiso jugársela a sus empleadores y éstos le inocularon un gas nervioso que le impide volver a ser memoria USB humana a sueldo del mejor postor. Cuando Armitage le encarga una nueva misión junto a Molly y él mismo, su degeneración en Chiba City es la misma que la de cualquier otro perdedor. Los tres asaltarán, informática y físicamente, los bancos de memoria de Tessier-Ashpool, una de las grandes corporaciones que dirigen el planeta. Pero ignoran que, en el fondo, están siendo utilizados por Wintermute, una inteligencia artificial que adopta la forma que le place para que Case, Molly y Armitage le puedan ver. Más aún, ya al final se nos descubrirá que tras Wintermute hay otra inteligencia artificial. No es otra que esa Neuromante a la que alude el título, "el camino a la tierra de los muertos. Donde tú estás, amigo mío" (pág. 289). Y es que el final parece indicarnos que el propio Case, como todos cuantos moran en el ciberespacio, todos los personajes de la novela, también son un programa informático. Aunque todos parecen ignorarlo, todos podrían haber muerto en la última guerra mundial. Ahora cada uno de ellos pudiera ser un Dixie Flatline, un programa que revive la inteligencia de los difuntos[1].

            Aunque haya fragmentos tan líricos tal que aquel en que Gibson nos cuenta cómo Case conoció a Linda Lee, su novia (pág. 17), Neuromante no es una lectura fácil. Todo lo contrario -y en esto coinciden todos los comentaristas- es una novela densa y abigarrada. Tengo la impresión de que, consciente de ello y de lo grato que se hace leer nombres conocidos, Gibson ha incluido todas esas firmas comerciales que menudean en el texto: Hitachi, Fuji, Microsoft... Si bien, esta última, aquí se refiere a un chip, que no a la corporación de Bill Gates, las marcas menudean hasta el punto de llamar la atención.

 


 

[1] A este respecto me llama mucho la atención la similitud fonética entre Dixie Flatline y la Dixon Line que, cultural y popularmente separa el norte y el sur estadounidenses. Dos mundos diferentes.

Publicado el 18 de enero de 2015 a las 15:00.

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Comentarios - 1

1 | Javier Memba (Web) - 07/2/2015 - 21:23

Gracias a ti por tu interés.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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